Desde que hice la anterior sesión de danza —aquella vez, en la naturaleza— todas las fotos que saqué se limitaron a paisajes y naturaleza. Nada de retratos, nada demasiado innovador ni fuera de lo usual.
Por desgracia, soy una persona de costumbres —también en fotografía— y por eso suelo dejarme llevar demasiado por la inercia durante mi proceso creativo. Afortunadamente, mi amiga y compañera de aventuras Nucky Dana tiene un estilo fotográfico, y unas dinámicas creativas, que no se parecen mucho. Por eso le agradezco tanto que me anime a participar cuando organiza algo diferente, como la sesión que hicimos en Diciembre por las calles de Santiago. Primero contaré un poco lo que hicimos, aunque también hablo de la parte más técnica hacia el final del post.
Outfits de invierno
Si hay algo que caracteriza las sesiones de danza es que el vestuario que suele acompañar a estas sesiones es bastante llamativo tanto en colores como en volumen. No es raro asociar este tipo de movimientos con faldas y vestidos que destaquen por su vuelo. Todo invita a utilizarlos, pero… ¿y si por una vez se quedaran en el armario?
Para compensar un poco el efecto del vestuario elegido, la mayoría de pasos de baile y posturas que retratamos en esta sesión se centraron en mantener poses corporales abiertas y estilizadas que ayudase a enfatizar los movimientos.
Sin ninguna idea concreta en mente, les pedimos a Ana y Laura que trajesen alguna ropa de abrigo y de colores apagados, para que el mood de las fotos fuese más apagado y reflexivo. Como suele pasarnos, el día de la sesión el tiempo no acompañaba de todo la idea que teníamos, y lucía un sol radiante que no era muy habitual en esas fechas.
Para mantener nuestra idea inicial, nos metimos por las calles de la zona vieja de Santiago y buscamos zonas en sombra, preferentemente por donde no pasase mucha gente. Esto último para evitar interferencias, ya que hay que tener en cuenta que hacer estos movimientos cansa y no puede haber mucha repeticiones de la misma foto si queremos mantener el ánimo alto. Las sesiones de danza pueden ser agotadoras y no hay que abusar.
Así, nos decantamos por soportales y marcos de puertas que aportasen un fondo oscuro y cierta facilidad a la hora disparar sin interrupciones. No siempre fue así, por supuesto, pero sigue siendo mucho más sencillo que pretender que la calle se quede vacía aunque sólo sea un momento.
Danza sincronizada
Como hemos contado con la ayuda simultánea tanto de Ana como de Laura, pudimos probar a hacer algunos movimientos coordinados. Para esto sí que tuvimos que irnos a un espacio más abierto, concretamente la escalinata que baja desde la Praza da Quintana hasta la Praza de Praterías. Actualmente están de obras en ese lateral de la catedral y parte de los edificios están cubiertos por andamios, pero justamente la zona de las escaleras —donde todavía llegaba parte de luz del atardecer— estaba libre.
Al grito de un, dos, tres! y a la fuerza de probar en varias ocasiones, conseguimos algo interesante. ¿Los mayores problemas que nos encontramos, a nivel fotográfico? Yo destacaría:
- Tener cuidado con la posición de las modelos —para que no haya oclusiones en ningún momento.
- Buscar una cierta simetría en movimiento —cuidado aquí con la posición de ambas modelos en la foto, si están muy lejos se diluye el efecto.
- Atención a los flujos de gente que pueda colarse en la foto —más vale esperar y ver qué pasa, que no apresurarse y perder el momento porque las modelos tengan que colocarse de nuevo.
Más y más puertas
Uno de los mejores atardeceres de la ciudad se puede disfrutar desde el Parque de Bonaval. Para llegar a él nos quedaba un pequeño paseo —y algo más de 40 minutos de espera. Así, para aprovechar bien el tiempo que nos quedaba decidimos pararnos cerca de Porta do Camiño para intentar sacar alguna foto donde sí hubiese vuelo —una de las bufandas que completaba el outfit invernal de Ana.
Danza durante el tardecer en Bonaval
A Porta da Música, la icónica escultura de Eduardo Chillida, fue el lugar en el que sacamos las cuasi-últimas fotos del día —de hecho, alargamos la sesión hasta un poco después del atardecer, aunque ya era complicado trabajar con tan poca luz. La unión entre fotografía, danza y música quedó plasmada en unas imágenes que, personalmente, me encantan tanto a nivel estético como compositivo.
Sobre la parte técnica…
He hecho esta sesión con otra cámara que no es la que utilizo habitualmente, una Olympus E-M10 Mark II. Esta pequeña mirrorless lleva conmigo desde hace aproximadamente un año, y suelo llevarla encima cuando no puedo o quiero llevar encima todo el peso de la réflex y sus lentes. Entre sus muchas cosas buenas podemos destacar el peso y el tamaño, pero no es precisamente una buena lidiando con situaciones con poca luz.
La cámara cuenta con un sensor micro 4:3 y estabilización en el cuerpo, pero esto no nos sirve de mucho en sesiones como esta. La única opción a medida que fue avanzando la tarde fue tirar de ISO —hasta un máximo de 800. No fue posible subirlo más por la pérdida de detalle y los niveles de ruido, ya bastante apreciables a ese nivel.
Para que los movimientos de baile saliesen congelados, no fue posible hacer fotos con una velocidad de obturación inferior a 1/250. Aún así, en algunas escenas como los saltos es posible —si uno se fija bien— ver cómo en algunas fotos se aprecia alguna extremidad ligeramente movida. Teniendo en cuenta esta limitación, y la del ISO, no fue posible alargar la sesión mucho más allá del atardecer en el parque de Bonaval.
Lightroom hizo un excelente trabajo eliminando el ruido apreciable de aquellas fotos que fueron sacadas con ISO 800. Facilitó bastante las cosas el hecho de que los colores de fondo fuesen bastante constantes, y en general hubiese pocos cambios de luminosidad en las escenas.
¡Eso es todo por el momento! Espero que os haya gustado tanto esta entrada como las fotos. Podéis ver la galería de fotos al completo en este enlace. ¡Hasta pronto!
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